Peter SutcliffeMATERIA NO IDIOMA ESPANHOL
Peter William Sutcliffe (Bingley, Yorkshire del Oeste, Inglaterra, 2 de junio de 1946) fue un asesino en serie británico, que operó entre finales de los años setenta y principios de los ochenta del siglo XX, esencialmente en el condado de Yorkshire. Su modus operandi incluía mutilaciones abdominales y genitales, y extracción de órganos, lo que le valió el apodo de El destripador de Yorkshire.
Asesinó a trece mujeres y agredió gravemente a otras siete; no todas sus víctimas eran prostitutas, pero sí la mayoría.
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u camino hacia el crimen
Peter
Sutcliffe creía que oía voces mientras llevaba a cabo su trabajo de
enterrador en el cementerio de su natal pueblo de Bingley, población
rural 200 millas al norte de Londres.
Una
tarde, cuando hacía su trabajo, oyó o creyó oír una voz; se inquietó y
dejó caer de súbito la pala con la que estaba cavando un hoyo para
introducir un ataúd que yacía a sus pies. Nerviosamente, se puso a
buscar a su alrededor tratando de identificar la procedencia del
sonido. La voz que lo llamaba le hablaba en tono suave, gentil y
persuasivo; no le daba órdenes ni le hacía amenazas, sino que tan sólo
le hacía sugerencias. Siguió el eco y se dirigió a una antigua tumba
cubierta de maleza de un hombre polaco, fallecido muchos años atrás, y
contempló el crucifijo grabado en la lápida. Pensó que el rumor surgía
de esa tumba. Al comienzo, era sólo un murmullo, frases sin conexión ni
sentido, pero, luego, la resonancia se volvió más nítida, y el joven
comprendió que la voz ahora le daba órdenes.
El
sepulturero regresó a su casa embelesado por aquella experiencia casi
religiosa y definió a esos sonidos como “la voz de Dios”, según contó
posteriormente. Lo extraño fue que la voz, que al principio era amable
y reconfortante, al transcurrir los meses le sugirió que debía volverse
violento.
En
eso, una prostituta le escamoteó unas libras esterlinas sin
proporcionarle el correspondiente servicio, y se burló de él en la
taberna del pueblo frente a sus amigos. Y el ahora mesiánico Peter no
podía perdonar semejante afrenta. Animado por “la voz”, concluyó que su
misión terrenal consistía en liquidar a todas las prostitutas posibles,
porque las consideraba responsables de la mayoría de las lacras
sociales. Ya antes de su contacto místico, Sutcliffe había lesionado a
una vieja meretriz, a la que atropelló propinándole furiosos embistes
en la cabeza con un calcetín dentro del cual había introducido una
piedra.
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Cronología de sus asesinatos
Sus víctimas mortales fueron las siguientes:
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Modus operandi
Para
perpetrar sus homicidios se valía de un arsenal de instrumentos
improvisados muy dispar. Acometía tanto con martillos y cuchillos como
con sierras metálicas. Su arma letal preferida eran los
destornilladores, cuyas puntas aguzaba para blandirlas a manera de
puñales. Su encarnizamiento era tan tremendo que en una autopsia los
forenses llegaron a contar cincuenta y dos puñaladas infligidas sobre
el cadáver de turno.
Aunque
de baja estatura era sumamente fornido, y el frenesí que lo imbuía al
emprender sus asaltos lo tornaba en extremo peligroso. Merodeaba
alrededor de sus presas, y en el momento propicio las golpeaba con un
martillo hasta partirles el cráneo.
Cuando
le era posible, derribaba a la mujer agredida pateándola tan
fuertemente con sus negras botas de cuero, que las marcas de las suelas
quedaban impresas en la piel. Una vez que tenía a la víctima indefensa
en el piso, la remataba asestándole golpes en la cabeza y, acto
seguido, le infería hondos cortes en el vientre con un cuchillo o
mediante un agudo destornillador.
En ciertas ocasiones sustrajo órganos a los cadáveres, crueldad que le valió el nombre de “Destripador”.
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Captura y prisión
Resulta discutible que Sutcliffe fuera un enajenado inimputable,
pues es demasiado patente el grado de organización exhibido en sus
crímenes, según opinan muchos analistas que estudiaron este asunto.
Mostró suma astucia antes y después de consumar los asesinatos.
Sus
violentos ataques iban precedidos de un minucioso estudio del terreno,
y sabía cómo escapar luego de haber ejecutado cada acometida. Siempre
portaba consigo las armas letales, detalle muy significativo que da
cuenta de planificada organización a la hora de llevar a término las
fechorías.
Tan cauto demostró ser Sutcliffe, que su aprehensión fue debida tal sólo a la buena suerte que tuvieron las fuerzas del orden.
El
2 de enero de 1981, dos policías del sur de Yorkshire detectaron por
casualidad un vehículo sospechosamente mal aparcado a la entrada de una
carretera privada. Dentro del rodado estaba el asesino, quien se
aprestaba para quitar otra vida en la persona de la meretriz sentada a
su lado.
El
sargento Bob Ring y el agente Robert Hides se apersonaron al conductor
entablando una charla de rutina. Al chequear las placas del automóvil
descubrieron que las visibles estaban mal adosadas encima de otras
legítimas, señal de que podría tratarse de un automóvil robado.
Antes
de ser arrestado, Sutcliffe logró deshacerse de las herramientas con
las que pensaba ultimar a la mujer, arrojándolas sobre una pila de hojas.
Una
vez que fue conducido a la comisaría, otras pruebas lo incriminarían.
Allí podía apreciarse el retrato robot del destripador de Yorkshire.
Sus asombrados captores no pudieron dejar de advertir el gran parecido
entre esa imagen y el rostro del hombre al cual minutos atrás habían
detenido por el muy menor delito de hurto.
No
versarían sobre el robo de un coche las preguntas que le formularon los
investigadores, sino acerca de su responsabilidad en la autoría de
alevosos homicidios.
Sutcliffe
cayó en gruesas contradicciones y, tras un maratónico interrogatorio
que duró dieciséis horas, terminó confesando plenamente su culpa.
Aunque
alegó locura, el primer tribunal que lo juzgó lo halló cuerdo y lo
sentenció a cadena perpetua, siendo confinado en el presidio de alta
seguridad de Parkhurst desde mayo de 1981.
Sólo
permaneció encarcelado allí durante un año y cuatro meses. Los
psiquiatras que lo examinaron en la cárcel concluyeron en que se lo
debía recluir en un hospital para enfermos mentales.
Fue entonces derivado al asilo de Broadmoor, cercano a Londres, donde sigue recluido hasta el presente. El Tribunal Supremo británico rechazó su apelación de solicitud de libertad en el año 2010, confirmando la cadena perpetua impuesta.
Para
la integridad física de Sutcliffe, su traslado al hospicio fue muy
adecuado, pues en la prisión común su vida corría grave peligro. La más
seria de las agresiones –donde estuvo al borde de perder un ojo- la
sufrió a manos de dos indignados compañeros de celda, quienes lo
apalearon con saña provocándole heridas en su cabeza y su rostro.
Pese a que la opinión generalizada a nivel popular y de prensa apoyó el dictamen pericial de los forenses que declararon a Sutcliffe psicótico inimputable
penalmente (razón por la cual terminó siendo derivado a un hospital
psiquiátrico), hay autores que dudan que fuera un enajenado total, pues
estiman que su conducta era inherente a la de un asesino organizado (psicópata).
Por
definición los asesinos organizados son conscientes de sus actos, no
son perturbados mentales y, por lo general, se los considera
psíquicamente competentes para conocer y compreder sus actos.
Se
destaca que este delincuente portaba encima las armas con las cuales
ejecutaba sus agresiones, lo cual se conoce en criminología con el
nombre de "kit de asesinato". A su vez, se alega que preparaba con
anticipación los ataques y que escogía los lugares más adecuados para
escapar luego de sus acometidas.
Otros
argumentos que abogan por que podría haber exagerado su perturbación
para aliviar su condena, radican en que optaba por atacar a las presas
humanas que veía más vulnerables en un momento determinado. Se sabe que
hubo mujeres agredidas por esa razón de oportunidad, y no porque
encajaran con el perfil de prostitutas que, según proclamó este
homicida, eran las únicas personas que deseaba exterminar. Se cita como
ejemplo a las víctimas Jayne Mac Donald, empleada de una tienda de
ultramarinos, así como Bárbara Leach, estudiante de la Universidad de
Bradford.
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Influencias y consecuencias de sus crímenes en la sociedad británica
Intelectuales feministas consideraron que las acciones de Sutcliffe implicaban una expresión de misoginia, extendida en una cultura que estimula una sexualidad masculina basada en laviolencia y en la agresión, en este caso contra las mujeres.
Se
entendió que la sexualidad del asesino y, en general, la sexualidad
masculina, estuvo centralmente implicada en esa serie de asesinatos y
que, lejos de ser una desviación de la norma, Peter Sutcliffe
representó una exageración de la misma, en tanto la violencia y la
agresión son componentes fundamentales de la sexualidad masculina, tal
como lo interpreta la sociedad actual.
Otro
fenómeno provocado por estos homicidios radicó en que parecen haber
fomentado una conducta extraña en parte de la población británica. Se
detectó una suerte de “contagio”, dado que una plétora de presuntos
“Destripadores” comenzó a acosar a las mujeres en las calles.
Se
descubrieron casos de hombres que violaron a sus víctimas,
aterrorizándolas con la afirmación de que eran el destripador de
Yorkshire. Y otros hombres que se ofrecieron a proteger a las mujeres
de la vesania de este asesino resultaron ser acosadores.
Lo
intolerable fue que el propio Peter Sutcliffe acompañaba a la
secretaria de su jefe desde el trabajo a casa para protegerla del villano, y participó en un grupo de acción ciudadana a fin de ayudar en la captura del Destripador.
Tras
el arresto del asesino múltiple, la policía inglesa comprendió que
había cometido muchos errores durante las pesquisas, y este
reconocimiento dio origen a un proceso de revisión que desembocó en la
creación de la National Crime Faculty en 1995, la cual al presente se ha convertido en un punto clave en la investigación de delitos graves en el Reino Unido.
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